viernes, julio 12, 2013

INCERTIDUMBRE

Cuál es el peso de la luz... la mudez que dejan las manos al separarse. Viajo empujando a la gente cuando camino. ¿Atropello? No. Me filtro entre ellos sin evitarlos. Pretendiendo ser alguien. Pretendiendo pasar desapercibido. Sólo pretendiendo.

Ayer, por ejemplo, me encontré en la calle con Max. O Víctor. Quien sabe. La verdad que no se me da bien recordar los rostros… pero qué probabilidad había de cruzármelo o reconocerlo cuando se camina a toda velocidad. Max o Víctor estudió conmigo en la universidad o en el colegio. No creo que en ambos, pero es posible cuando se ha estado en tantos sitios, como yo.

Hace años que no nos vemos. Me interrumpió y, como todo encuentro determina una charla, empezó a hablar ante mi expresión desconcertada que trataba de recordar su nombre y origen. Charlamos de todo cual viejos amigos. Nos dimos un apretón de manos y se fue. Max o Víctor ha sido siempre un tipo predecible. Esa es la impresión que tengo. O es lo que creo recordar de él. Soportó alguna de mis peores bromas. Las más pesadas.

… la luz… una mirada rápida… un sonido que me repite…

Cuál es la manera de caminar sin saludar a nadie. Sin encontrarse a nadie en una calle repleta... Separo mis propias manos, mis pasos condensados; entregado a una idea que me mantenga lejos. Inalcanzable.

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sábado, marzo 16, 2013

ARCHELON O EL HOMBRE PERFECTO

Una tortuga marina es como un tanque que vuela. Resignada a no poder ocultar sus brazos, aletea empujando su enorme y pesada coraza contra el mar. Es como tener todo en contra y estirarse para alcanzar un paso adelante. La tortuga, al igual que yo, tomamos nuestro impulso del mismo medio que nos cobija o detiene. Y, pesados primero, ligeros después, planeamos entre los límites de la historia.

El hombre perfecto no existe. La tortuga marina nos lleva millones de años de reflexión y lucha. Yo me arrastro perezosamente por las orillas de mi biblioteca. Alguien más ya ha escrito todo, alguien más se esforzará sin concluir una vida intachable saturada de reconocimientos.

Para no leer, veo un documental sobre animales que entierran sus huevos en las playas. Los bebés de esta especie, apenas ven la luz, se internan valientemente hacia el océano lleno de trampas. Me compadezco de estos pequeños. Su existencia es una duda inmensa y su porvenir una posibilidad remota.

El hombre perfecto es un ser lejano. El reflexionar acerca de esta utopía o el de compadecerme frente a las pequeñas tortugas adentrándose en el mar, son mi única acción plausible.

fósil de archelon
 
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sábado, enero 12, 2013

LA VILLA

Entre los años cuarenta y cincuenta del presente milenio, el compositor Von Hanz, considerado el último genio en cuanto a música clásica se refiere, ha perdido una maleta la cual contenía las notas más importantes de su nueva sinfonía.


El vuelo iba a ser de rutina. Escala en Madrid y después directo al ayuntamiento en donde tomaría un auto privado que lo transportaría a una pequeña villa en donde se encerraría a terminar su obra maestra.
El lugar no podía ser más idóneo: grandes árboles, una fuente natural y el clima perfecto. Sin embargo, al desempacar sus pertenencias, ha caído en la ingrata sorpresa de que su preciado equipaje estaba incompleto.
Desde aquel día el compositor no ha vuelto a ser el mismo, afirmaba Heindrick Müller, uno de sus más cercanos amigos y quien le acompañó durante el trágico viaje.

Ya instalado, se sentó al piano a intentar recomponer lo que le pareció un mal remedo de la pieza original. Se pasaba horas frente al teclado sin siquiera tocar una clavija. Todos respetaban ese silencio. El genio está a punto de crear algo grande, decían. Y nada. Von Hanz seguía allí mirando hacia los marfiles sin arrancarles siquiera un sonido.
Hasta que un día explotó de repente: lo encontraron gritándole a unas aves que con su trino anunciaban la mañana desde la ventana. ¡Plagiarias!, vociferaba el músico. ¡Me han robado la melodía!
Desde entonces era intratable. Creía escuchar fragmentos de su obra maestra en todos lados. Cierto día culpó al jardinero por imitar de manera lamentable los tambores con su máquina de podar el césped. En otra ocasión le hallaron abstraído en seguir el perfil de las rejas del gran ventanal desde donde había acusado a las aves, delineando pentagramas imaginarios. Y solfeaba, dibujando claves de sol en cualquier parte de la arquitectura del lugar.


Al salir del salón Müller estaba consternado. Entonces, doctor, usted cree que al menos podamos mantenerle calmado.
El psiquiatra le miró gravemente. Me temo que ya no hay remedio, respondió. Debieron traerlo a La Villa mucho antes.


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