Al colocar el último tornillo de mi máquina de
ladridos, pensé que me iba a volver millonario. Pulsé el botón y, seleccionando
satisfecho el dial, escuché a un doberman, un rotweiller y hasta a un
chihuahua. Esto es una mina de oro, pensé.
Mi gato, al oír los ladridos, salió huyendo del taller.
Le busqué por toda la casa para comprobar, una vez más, la efectividad de mi
invento. Si el felino era incapaz de distinguir los ladridos de mí maquina con
los reales, entonces mi éxito estaba asegurado.
Los animales son inteligentes. Apenas me ha visto acercarme,
el gato, presintiendo su papel en el experimento, se ha escabullido hacia la
sala para encender el televisor.
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