Se ganó el apodo desde aquel día en que cabeceó con vehemencia el rostro del flaco “Clavito”, en una borrachera. Un nombre puede determinar una vida: los Alejandros quieren conquistar el mundo y los Albertos buscan las ciencias con avidez; Martillo, dedicó su existencia – casi sin querer – a estrellarse contra situaciones que le obligaron a tomar las peores decisiones.
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