lunes, diciembre 25, 2006

MARY JANE

Los poetas no duermen, sólo fingen morir
por un rato para engañar a los sueños…
A. L. Terego

El café traza galaxias y yo me pierdo en tu universo, en los viajes interminables que hacía a tu lado colgado de la maría. Un porro es el fuego continuando secretos rizos desde tu clandestinidad. El aroma verde entre los dedos apurados, la sensación de viento en los objetos difusos.
- ¿Y que opina el poeta acerca de todo esto?
La pregunta llegaba desde otro mundo. Desde el otro lado de la mesa. Desde la voz de un tío encanecido. Salió adelantándose a su prejuicio, evadiendo una ensalada que en ese momento viajaba hacia mi hermano, engordó con la comida navideña de mamá, se miró distorsionada en las botellas y apuntó hacia mÍ.
- Los poetas no opinan, los poetas sienten. Respondí mirando en el café. Y me levanté camino hacia mi habitación llevando la taza como compañera.
Ella es morena. Bob Marley contra el poniente. Sus ropas compiten en estruendo con las olas cuando martillan la arena. Dejábamos los cuerpos a la intemperie para que se amaran. Nosotros sólo mirábamos. Hasta que ya no veíamos sino el murmullo delicioso de la bajada. Hasta el hambre de volver por algo que nos aplacara la complicidad.
Mi habitación a oscuras. Sólo el ojo rojizo de la radio que amplifica su guiño. Al costado donde acomodo los discos está el cajón que esconde mis vicios.
Que opina el poeta. Qué va a opinar. Mary Jane es una playa, un porro encendido en sus labios que comprenden. Su cuerpo es como el mar extendido abarcándolo todo: el tiempo y nuestra música. Sus ojos como el café. Con esa mirada de humo cuando somos el mismo desvarío.
- ¿Y que opina el poeta acerca de todo esto? – vuelve a ser golpeado por la pregunta.
Regresa.
- Los poetas no opinan, los poetas sólo escriben.
Todos ríen. Sin apartar de su mente la habitación que le espera, pide disculpas. Y ahora sí; toma su taza de café y se marcha.

domingo, diciembre 17, 2006

RÉQUIEM

Todos querían pensar que con esa actitud no llegaría a ninguna parte. A nada sensato o útil. Su método para el resto de personas era simplemente una excusa. Pero los sucesos posteriores parecen demostrar si no lo contrario, al menos cierta verdad.
Nosotros que le escuchamos en una de sus conferencias sobre la economía del movimiento, quedamos satisfechos con su explicación. Éramos entonces como esos adeptos clandestinos que temen alguna represalia y niegan sus creencias o posiciones. Aún así, nos admirábamos cuando decía: “El presente es un nudo desde donde los tiempos pueden extenderse o contraerse a placer.” Ignorantes, regresábamos a casa intercambiando vacíos cada vez más grandes acerca de la doctrina.
Otro día nos iluminó con la siguiente sentencia: “¿Quieren construir su máquina del tiempo? La única manera de cambiar el pasado es caminando a través del futuro.” Y se jactaba entonces de reencarnar a los grandes sabios con sólo citarlos.

Para el discurso de su sepelio, yo había preparado un discurso al que todos habían calificado de réquiem a la memoria del maestro. Mi perorata citaba una de sus afirmaciones: “Si alguien me quiere recordar, que me lea o me comente. Nada de rosas ni rezos sobre algo que ya está muerto.”

Maestro, esperábamos al pie de su tumba a que llegara. Pero usted nunca murió.

martes, diciembre 05, 2006

MUJER EN EL DINTEL

Puerta de madera abierta en su totalidad y rejas de acero despintado en colores negro y óxido. La calle: a solas; rebota sombras chatas a sesenta grados.
La mujer reclinada en el dintel realiza un movimiento maquinal con el brazo. El humo que se abandona y la intensidad del beso con el que ella recibe al pequeño objeto incandescente, nos revelan que ella fuma. Temperatura: la de alguna despedida. Humedad: en los ojos.

Sonido.

Escritorio con papeles desordenados y a medio escribir. Al levantar la vista, los apuntes desaparecen. Y al dirigirla hacia la entrada de la estancia por distracción: un claroscuro que se sostiene de una última aspiración a un cigarrillo que se termina. Silueta de mujer aburrida mirando el viento derretirse a la hora de la siesta. Dos de la tarde.
Caída libre. La colilla se aleja como impulsada por la desidia y se acuesta junto a su sombra con estrépito. Es la señal que esperaba.

Abrazo y silencio. Ella lee.

- ¿Terminaste?
- Sí. Sólo pude escribir esta viñeta.