Querido Julio:
Ayer volví a escaparme una vez más de la laboriosa e
industrializada rutina y trepé aquella azotea donde la lluvia tarda siempre en
llegar. Y no te vi sentado. Pero encontré las palabras que dejaste para mí como
quien esconde un signo dentro de una botella con la esperanza de que el azar
encuentre a la persona adecuada para descifrarlos. Pero en tu caso sólo soy yo
– torpe y admirado – quien atesora a escondidas tus historias. Y no es que me
de vergüenza mostrarte, simplemente es que a nadie le importa. Muy a tu estilo,
hoy no celebran veinticinco años de tu partida, prefieren invitar advenedizos
de la televisión que no tienen idea del valor de una palabra bien puesta. Y me
canso de gritar y agito tus frases en la calle o en el bus que me devuelve a
casa.
Cito el nombre de una calle para caminar a tu lado. La calle
se llama nostalgia. Y me cruzo en ella con tantos personajes con una misma voz,
la que les prestaste. Y la vía es como un abismo donde los pequeños trozos de
alegría o logros incipientes penden – algunos sin percatarse – con ese
equilibrio tomado del azar. Y el destino o las fuerzas naturales se hinchan
amenazantes desde la pared. Entonces, como quien cambia una página llena de
descripciones, doblo la esquina y voy a lo seguro y busco a unos amigos con
quienes compartir una lectura; con quienes comentar una jugada maestra hecha
línea. Nos tomamos en serio el ejercicio de coleccionistas y ponemos sobre la
mesa anécdotas y frases. Alguien presenta un gol olvidado que el resto guarda
inmediatamente para sí con avidez. Se te recuerda, a tu manera.
Querido Julio. Te visito con un puñado de lápices en lugar
de rosas y las dejo en la terraza vacía. Ya es momento de volver a los bajos,
mientras escondo en el bolsillo un puñado de grabados azules y de enseñanzas.
Los únicos trastos que colecciono, son aquellos a los que siempre vuelvo: los
que por su simple presencia logran hacer llover hasta en los corazones más
áridos.
...........................
No hay comentarios.:
Publicar un comentario