martes, octubre 26, 2010

COARTADA

Yo soy abogado defensor. He librado a los más grandes criminales de una estadía perpetua en prisión y hasta de la silla. Y he incriminado a gente inocente. Como aquél hombre barbudo al que acusé de violar y asesinar a dos de sus alumnas. Nunca me he arrepentido de nada y no lo voy a hacer ahora.

Al regresar a casa ese día me sentí raro, cual si algún tipo de remordimiento me asaltara. Los vecinos que solían saludarme me rehusaron y hasta me miraron con desconfianza. Grande debió haber sido mi falta como para que la notaran en mi rostro y huyeran de mí. Pero no me importó y entré a darme una ducha. Escuché las sirenas mientras terminaba de bañarme.

Por eso le pido que considere mi defensa, su señoría. Yo apenas había salido de la ducha cuando llamaron a mi puerta y comprobé – en el espejo del baño – que tenía la cara barbuda del condenado.

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