lunes, septiembre 19, 2011

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Mientras viajo, leo a Lie Yukou. La contemplación a la que llama el autor oriental me obliga a abandonar la lectura para fijarme en mi persona, en el camino, en el paisaje: ser un árbol de hojas verdes y amarillas brindando sombra a dos compadres que charlan alegremente en la tarde calurosa. Pronto, soy un espárrago acostado junto a otros en un cesto, listo para el mercado. Sacado de mi naturaleza, casi no me reconozco. Pronto, soy una niña que pedalea apurada en su bicicleta. Cantando alegre una tonada sin sentido, regreso a casa llevando veinte céntimos de ají molido para el almuerzo. Pronto, soy un perro soleándome a la puerta de mi casa mirando a todos pasar. La panza tibia pegada a la vereda recalentada. Qué ganas de quedarse así, contemplando a una niña en bicicleta y no ladrarle. De estarse quieto sin perseguir los camiones, de ver desfilar por la carretera ese bus enorme y gris con un tipo en la ventana que ha dejado caer su libro.

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