Los poetas no duermen, sólo fingen morir
por un rato para engañar a los sueños…
A. L. Terego
por un rato para engañar a los sueños…
A. L. Terego
El café traza galaxias y yo me pierdo en tu universo, en los viajes interminables que hacía a tu lado colgado de la maría. Un porro es el fuego continuando secretos rizos desde tu clandestinidad. El aroma verde entre los dedos apurados, la sensación de viento en los objetos difusos.
- ¿Y que opina el poeta acerca de todo esto?
La pregunta llegaba desde otro mundo. Desde el otro lado de la mesa. Desde la voz de un tío encanecido. Salió adelantándose a su prejuicio, evadiendo una ensalada que en ese momento viajaba hacia mi hermano, engordó con la comida navideña de mamá, se miró distorsionada en las botellas y apuntó hacia mÍ.
- Los poetas no opinan, los poetas sienten. Respondí mirando en el café. Y me levanté camino hacia mi habitación llevando la taza como compañera.
Ella es morena. Bob Marley contra el poniente. Sus ropas compiten en estruendo con las olas cuando martillan la arena. Dejábamos los cuerpos a la intemperie para que se amaran. Nosotros sólo mirábamos. Hasta que ya no veíamos sino el murmullo delicioso de la bajada. Hasta el hambre de volver por algo que nos aplacara la complicidad.
Mi habitación a oscuras. Sólo el ojo rojizo de la radio que amplifica su guiño. Al costado donde acomodo los discos está el cajón que esconde mis vicios.
Que opina el poeta. Qué va a opinar. Mary Jane es una playa, un porro encendido en sus labios que comprenden. Su cuerpo es como el mar extendido abarcándolo todo: el tiempo y nuestra música. Sus ojos como el café. Con esa mirada de humo cuando somos el mismo desvarío.
- ¿Y que opina el poeta acerca de todo esto? – vuelve a ser golpeado por la pregunta.
Regresa.
- Los poetas no opinan, los poetas sólo escriben.
Todos ríen. Sin apartar de su mente la habitación que le espera, pide disculpas. Y ahora sí; toma su taza de café y se marcha.